jueves, 13 de mayo de 2010
A 200 años de la Revolución de Mayo
Argentina hacia la segunda y definitiva independencia
Los heroicos levantamientos de Tupac Amaru y Tupac Catari, el rechazo de las invasiones inglesas al Río de la Plata, las insurrecciones de Chuquisaca y La Paz
–entre los hitos más destacados de la lucha anticolonial en el sur del continente– llevarían a la Revolución de Mayo de 1810 y a la guerra de la Independencia, como parte de la primera revolución liberadora de América Latina. Este proceso logró la destrucción de la dominación colonial en lo que hoy es la Argentina con un hito fundamental, la declaración de nuestra independencia en 1816.
El preciado triunfo, alcanzado en 1824 con la derrota de las últimas tropas enemigas en Junín y Ayacucho por los ejércitos patrios reunidos bajo la dirección de Bolívar, fue mérito de la lucha común y la unidad antiespañola lograda por los patriotas y dirigentes revolucionarios –en nuestro caso, Moreno, Castelli, Belgrano, San Martín, Artigas, entre otros– junto a los pueblos aborígenes, negros y criollos. Para completar y profundizar ese triunfo, debería haberse logrado un cambio revolucionario en lo económico y social. Sin embargo, derrotada la posición revolucionaria y controlados los sectores populares, el proceso de independencia quedó inconcluso. La elite terrateniente y de comerciantes intermediarios privilegió sus intereses agropecuarios y mercantiles (exportadores e importadores), impuso un creciente vínculo comercial y financiero con el joven capitalismo británico, profundizó el desarrollo desigual de Buenos Aires respecto del resto de las provincias, y acrecentó las diferencias sociales y la explotación en todo el país.
Desde mediados del siglo XIX, al perpetuarse en el poder, esa oligarquía criolla aliada a los capitales europeos, marchó con la hegemonía de los terratenientes y comerciantes bonaerense a consolidar su dominio estatal a través de las guerras genocidas contra las provincias rebeldes, contra el Paraguay independiente, contra los pueblos originarios del sur y del Chaco. Este Estado oligárquico garantizó la nueva dominación sumiéndonos en una nueva dependencia. Así, la unificación impuesta significó la exclusión social de los sectores oprimidos y la licuación de sus particularidades identitarias.
Iniciado el siglo XX, al conmemorarse el centenario de la Revolución de Mayo, la oligarquía terrateniente festejó la consolidación del estado nacional oligárquico y pro-imperialista. Una fachada de opulencia y “democracia” enmascaraba el fraude electoral, la corrupción, los bajos salarios, la falta de vivienda y educación en una Argentina “granero del mundo”, próspera para unos pocos, donde regían el Estado de Sitio y las leyes antipopulares de Residencia y de Defensa Social. Esa prosperidad económica basada en las exportaciones agropecuarias –que muy pronto encontraría su límite– suponía el ahogo de cualquier expresión cultural de rebeldía y oposición que denunciara las reales condiciones sociales existentes, y sólo daba cabida a las odas festivas al estilo de Leopoldo Lugones. Se nos impuso un modelo cultural y una identidad dependientes, acordes con los intereses dominantes, que estigmatizó al originario, al gaucho, al negro y al inmigrante. Un modelo que buscó avergonzarnos de nuestros orígenes, de nuestras culturas, de nuestras propias capacidades, llegando a naturalizar la idea de que no tenemos historia ni identidad propias.
En el presente bicentenario de la Revolución de Mayo, se ponen nuevamente en debate sus alcances y su nexo con la actualidad de la Argentina y el contexto internacional. Para algunos, se trata de un hecho histórico para ser recordado, pero sin vincularlo con nuestro presente y perspectivas. Para otros, una oportunidad de reescribir la historia para convalidar las condiciones actuales.
El actual gobierno, hace un par de años aprestaba los preparativos con los que pretendía emular los festejos fastuosos del Centenario. Apostaba a generar un clima de entusiasmo por el superávit económico que borrara los efectos de la crisis política, económica y social de 2001, revitalizando la inserción mundial de Argentina como país agro-petrolero-minero exportador para asegurar mayores inversiones extranjeras imperialistas. En este momento, cuando una gigantesca crisis sacude al mundo, los sectores que dominan la economía y el poder se disputan negocios y beneficios. El gobierno apela a un discurso “nacional y popular” pero practica una política que descarga la crisis sobre el pueblo y la nación, favoreciendo la extranjerización y concentración económica, justificando el pago de una deuda ilegítima, usuraria y fraudulenta.
En nuestra Argentina dependiente, oprimida y disputada por varias potencias imperialistas en la que el imperialismo inglés convalida la usurpación colonialista de Malvinas con nuevos avasallamientos sobre nuestros mares e islas– se profundiza el hambre y la miseria de amplias mayorías. En un tiempo en que se agudizan las contradicciones interimperialistas, en la que crece la lucha de los pueblos por su liberación, muy especialmente los pueblos de América latina, ¿qué se recupera del pasado, en virtud de qué presente y para construir qué futuro? ¿Quién escribe la historia desde este presente y para qué?
Las clases dominantes intentan aplacar y desviar esa fuerza popular que busca desatar los lazos de la dependencia. Para ello utilizan nuevamente el argumento saavedrista de que “las brevas no están maduras”, la posición alvearista de buscar “protectorados”, o la política rivadaviana para que “al cambiar, no cambie nada”. Sin embargo, nuestro pueblo no ha resignado la búsqueda de las verdaderas transformaciones políticas y económicas que eliminen de raíz los males que lo empobrecen. Así lo demuestran las grandes luchas obreras, de los campesinos pobres, chacareros, de pueblos originarios, las agrarias, las federales, las ambientalistas, que han protagonizado amplios sectores populares en este último período.
Estas viejas y nuevas formas de protagonismo popular son acompañadas hoy de una gran avidez por conocer las tramas ocultas de la historia y la política. Somos producto de doscientos años de luchas con derrotas y triunfos, logros y frustraciones en los que nuestra cultura se fue desarrollando. La ciencia, la literatura, las artes –de creadores anónimos y reconocidos– se aquilatan con los aportes de todos los afluentes populares y constituyen su principal nutriente y sostén.
Los argentinos queremos recobrar los resortes claves de nuestra economía y de la política. Y en cada una de las batallas que libramos en este camino debemos rescatar el espíritu de Mayo y evitar que sea nuevamente desviado de su objetivo. Recuperar la verdadera historia implica que el debate y el balance estén en manos del pueblo, para concretar lo que hasta ahora no se hizo: ser duros con los extranjeros que vienen –como señalaba Moreno– “a comprar por cuatro para luego vender a ocho”. Y, recordando con San Martín que “para los hombres de coraje se han hecho las empresas”, hacer realidad el lema artiguista de que los “más infelices sean los más privilegiados”.
Convocamos a unirnos y organizar actividades en defensa de las condiciones que hacen al sustento y desarrollo de nuestra cultura e identidad:
• Contra todo intento de destruir o desvirtuar la cultura nacional y popular.
• Suspensión, investigación y no pago de la deuda ilegítima, usuraria y fraudulenta.
• Por mayor presupuesto a Educación, Salud y Cultura.
• Juicio y castigo a los responsables de secuestros y desapariciones: contra la impunidad de ayer y de hoy.
• Fomento e intercambio en todas las áreas de la producción artística, cultural y técnica.
• Por la recuperación y nacionalización de nuestro patrimonio cultural.
• Por la recuperación de nuestras fuentes de recursos naturales, control de la extracción y exportación minera.
• Por la recuperación y generación de fuentes de trabajo genuino.
• Por la nacionalización y estatización de las empresas estratégicas para el desarrollo y la seguridad nacional (comunicaciones, petróleo, transporte, energía, etc.).
• Por el respeto y desarrollo de las culturas aborígenes, contra su discriminación y por el derecho a la propiedad de la tierra.
• Por vivienda y tierra a las familias más necesitadas.
• Difusión y fomento de las producciones culturales populares, en especial las históricamente discriminadas.
• Por una regulación anti-monopólica de los medios de comunicación y las industrias culturales.
• Por la preservación del patrimonio arquitectónico y los monumentos nacionales.
• Por la sanción de leyes propuestas o consensuadas por los trabajadores de la cultura, de todas las disciplinas, que respondan a las necesidades actuales.
• En apoyo a las luchas en defensa de la educación y la salud, públicas y gratuitas.
• En apoyo a las reivindicaciones de los trabajadores de la cultura de todo el país.
• En apoyo a la lucha de los pueblos de América latina por su soberanía y la unidad latinoamericana.
Primeros adherentes:
Adela Adl, Rafael Amor, Teresa Arijón, Eduardo Azcuy Ameghino, Mónica Besada, Celia Birenbaum, Eduardo Birentzwag, Dora Blanco, Jorge Brega, Ana Cabrera, Luisa Calcumil, Ana Candioti, Pilar Campos, Antonella Cardozo, Jorge Carrizo, Gustavo Cano, Elena Castresana, Teresita Castrillejo, María Cels, Stella Cipriani, Adolfo Columbres, Casilda Chazarreta, Ricardo Cantore, Karina Chernajovsky, Mirta Dans, Miguel Dedovich, Víctor Delgado, Roberto Di Giano, Diana Dowek, Lidia Deutch, Nelly Durán, Carlos Echagüe, Marina El Halabi, Gabriel Fascina, Camila Fernández, Claudia Facciolo, Justina Fernández, Teodoro Fernández, Diana Flax, Ana Fraile, Pancha Gallardo, Graciela García, Dora Gianoni, Liliana Giordano, Rubén Laufer, Sivia Laurel, Lilia López, Ida Lorenzo, Patricia Luppi, Milena Macías, Diego Mare, Martín Müller, Daniel Murphi, Ana Maldonado, Franklin Molina (Ecuador), Rosa Marcone, Cristina Mateu, Alicia Melpuerto, Diana Milstein, Ana Maldonado, Rosa Nassif, Alicia Novel, Lidya Orsi, Miguel Padilla, Suma Paz, Jorge Paladino, Ana Pampliega de Quiroga, Marcos Pargo, Beatriz Pedro, Juan Ponce, Graciela Pérez, Josefina Pérez, María Pietrageli, Nora Petri, Derli Prada, Josefina Racedo, Rolando Revagliatti, Gloria Rodríguez, Emilio Román, Beatriz Romero, Elizabeth Rovere, Beatriz Sánchez, Armando Sigler Relgis, Virginia Soria, Mauro Puerto Sternic, Magalí Stoyanoff, Marcelo Sosa, Carlos Solís, Claudio Spiguel, Luis Strok, Noemí Tavares, Damián Troncoso, Mariana Tavos Banska, Otto Vargas, Guillermo Volkind, Enrique Oteiza, Helen Zout.