miércoles, 13 de mayo de 2009
Suma Paz
Se nos fue pa’l silencio…
La cultura popular perdió a una de las grandes artistas que cantaron a su pueblo. Discípula de Atahualpa Yupanqui, intérprete impar de su obra, siempre brilló con luz propia. Desde el respeto y el talento personal forjó un estilo propio. Con él resguardó como pocos las entonaciones de la llanura. Su partida inesperada deja a muchos con el hondo dolor de saber que se fue cuando aún tenía tanto para dar.
Suma Paz falleció el 8 de abril en la ciudad de Buenos Aires, a los 70 años. Nació en Santa Fe, en el pueblo de Bombal, el 5 de abril de 1939. Hija de chacareros de diversos orígenes europeos y con una abuela ranquel, con la que pasaba sus vacaciones en la infancia y que dejó huellas profundas en su manera de ser. De ella decía: “Se llamaba Natalia Salinas, era del asentamiento Fraile Muerto (hoy Bell Ville, Córdoba), yo la conocí vieja, arrugada y encorvadita. Había sido una mujer alta, de contextura robusta como los de su raza. Se levantaba a las 5.30 de la mañana y con un solo dedo dirigía toda la chacra”.
Suma Paz pasó su adolescencia y juventud en Pergamino, por eso decía que sentía a Buenos Aires “como una madre adoptiva”. Siendo muy joven decidió dejar la carrera que le abría su título de licenciada en Filosofía y Letras, por la música y la poesía. Este giro total hacia el canto –y a la música pampeana, tradicionalmente interpretada por hombres– se produjo en momentos que el país había retomado la expresión folklórica popular, luego del silencio impuesto por la dictadura que derrocó a Perón en 1955.
Su encuentro con Atahualpa Yupanqui selló su vida. De allí en adelante se abocó a difundir la obra del maestro. Esta tarea de tan enorme responsabilidad, y su proverbial modestia, a veces ha ocultado a la creadora, a la poeta, autora de melodías y letras de profundo contenido.
Pocos han escrito biografías sobre Suma Paz, quizá René Vargas Vera tuvo la posibilidad de reflejar su vida de manera singular y poética. Extractamos algunos párrafos de un artículo realizado el día de su fallecimiento:
“Era una de las fundamentales, y por eso su voz, que era capaz de lo profundo, contenedora de la sabiduría que dan los años, pasó inadvertida por las grandes usinas del marketing. Fue lo de menos: silenciosamente, Suma Paz siguió haciéndose oír fuerte hasta su muerte, que nadie podría haber advertido cercana, al verla recorrer kilómetros y kilómetros con energía para dar recitales en tantos puntos del país. Fue una artista que asumió a su modo aquella sentencia que le había legado Atahualpa Yupanqui y que siempre repetía: ‘Cuando cante, póngase detrás de sus versos, nunca adelante. Haga que se luzca lo que entrega, que es más importante que usted’.
“La carrera de Suma Paz comenzó en los ’60, como una suerte de rareza: una chica que cantaba milongas y se acompañaba con una guitarra. Raro. Una chica que interpretaba a Yupanqui, pero sobre todo que se imponía para sí la forma en que el autor de ‘El arriero’ entendía su arte. Más raro. Enseguida empezó a aparecer en televisión, hizo una gira por Japón, condujo su propio programa de radio. Y siempre con Yupanqui como guía musical, ética y estética. ‘M’hija, en la vida del artista hay largas esperas, es necesario detenerse. El camino es largo, cuidado con los atajos, son cortos, son lindos, pero la van a llevar a otro lado’, le había dicho.”
Sola con su guitarra, Suma Paz supo hacerse escuchar atentamente aun en escenarios poco propicios para el canto desnudo de la pampa, como sucedió una vez en Cosquín y otros lugares. Pero lo fundamental es que a Suma le bastaban los sombreros paisanos escuchándola tras una valla a la luz de las estrellas, para saber que allí estaba a flor de tierra el alma de ese pueblo que la ayudó a no sentirse sola y olvidada en tantas otras circunstancias de su vida artística.
Una larga carrera sin claudicaciones ni abandonos. Reconocida por sus paisanos, los premios y distinciones fueron llegando de a poco, válidos y valiosos porque no fueron producto de la popularidad otorgada comercialmente, sino por ser una artista popular, surgida de su pueblo y reconocida por él.
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